lunes, 2 de junio de 2014

No hay nombre ni quiero darlo


Exigua fruición contenida en un segundo, ahí me hirieron las pupilas como lanzas, que no eran mías. Guardaron mi vista de la envidia zahiriente para entregarme la de granados chicos, que severa y contadamente dieron sentido al silencio gesticulador y prendido en ello, me dieron las letras colorando incluso el aire de matiz y el tiempo de sentido. Pero esa emoción subjetiva e indescifrable que no sabe de lengua sino de matiz y gesto, es para ser sentida no para ser clasificada ni compartida con todos si no fuera el todo una selección de personas buenas sensibles a tal sentimiento.
Dando a la alegria de sentirse sencillo como los adolescentes vagabundos y pícaros de Mark Twain y libre, libre de la mirada obscena del prejuicio y de la envidia de los seres de la abyección, libre solo para amar a esos, esos que regalan su apreciar, su distinguir, su conferir, sus lanzas de aprecio y los manos tendidas como tiende el racimo el fruto de su buen concepto.

Esos desnudos, como esos que van desnudos y corren campo a través o a través de la playa, y desnudos se conocen, porque de amor y homoerotismo van vestidos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario